Es un hecho conocido que las personas difícilmente renuncian a una satisfacción, a no ser que la sustituyan por otra. Esto da cuenta de la facilidad con que toda persona se apega a los placeres que experimenta.
Se observa en los relatos de muchos que viven dificultades con las adicciones, que en cierto momento de sus vidas, la búsqueda del placer inmediato, los ha llevado a probar sustancias, alcohol, o simplemente nuevas experiencias, que luego no lograron abandonar. Es decir que lo que comenzó como una experimentación, terminó convirtiéndose en una prisión de la que no consiguen liberarse.
Esto nos lleva a una reflexión, y es acerca del peligro del PROBAR indiscriminadamente las nuevas sensaciones que se presentan como placenteras o divertidas. Aquí nunca podríamos exagerar la gran responsabilidad que recae sobre los padres de enseñar, explicar, y estar al tanto de a qué cosas acceden sus hijos, en que ámbitos se mueven, y con quien están.
Hay una gran habilidad que todo niño debe desarrollar con la guía de sus padres, y es la postergación de la gratificación. Es decir, ser capaz de tolerar un grado de displacer momentáneo en aras de un placer o bienestar posterior. Para poner ejemplos simples, es lo que permite que un niño pueda realizar primero sus tareas para luego disfrutar de actividades que le son placenteras. Lo que permitirá que en el futuro esté dispuesto a trabajar durante un tiempo determinado para luego recibir el pago.
Podríamos definirla también como la incorporación de un mecanismo de autorregulación que posibilite anticipar las consecuencias de los propios actos a corto y a largo plazo. Es decir que sin esta capacidad, difícilmente se pueda alcanzar alguna meta a largo plazo.
Esto toma especial relevancia en medio de un discurso sociocultural que incita continuamente a la búsqueda de nuevas sensaciones, y lo que agrava aún más la cuestión, cada vez a menor edad. Se dice que vivimos en una época en la que el hedonismo (búsqueda del placer como un fin en sí mismo) se ha convertido en uno de los más altos valores.
Pero si nos remontamos a los orígenes de la filosofía hedonista en la antigua Grecia, vemos que para sus fundadores la búsqueda de placer se limitaba solo a aquellos placeres que no produjeran un malestar posterior. Sostenían que el verdadero placer es aquel que no trae consigo un displacer posterior.
Entonces vemos que el mayor problema no es la búsqueda del placer, sino la elección de aquellos cuyas consecuencias negativas son mayores que el placer que producen. Generalmente estos se caracterizan por ser inmediatos, intensos, breves, y por crear dependencia.
Trasladando esto al campo de las adicciones, es crucial que el paciente, a medida que lucha por abandonar su adicción, logre construir o reconstruir un proyecto personal. Que encuentre un propósito y logre descubrir un nuevo patrón de satisfacción. Que logre disfrutar de cosas que antes no disfrutaba, y que a la vez no sean productoras de displacer a posteriori.
Entonces la terapia no solo se centrará en el abandono de los patrones adictivos, sino también en la construcción de nuevas posibilidades, en el desarrollo de nuevos intereses o de aquellos postergados u olvidados por la adicción.
Si bien el proceso de rehabilitación no es fácil ni sencillo, muchos que se han recuperado atestiguan que es posible. Han aprendido a encontrar y brindar apoyo en las relaciones familiares y sociales, han descubierto y desarrollado habilidades e intereses que les otorgaron propósito e identidad, y otros también han aprendido a disfrutar de una relación con Dios, la mayor fuente de significado y propósito que cualquiera pudiera hallar.
Lic. Marcelo Muñoz
Psicólogo