Para comenzar el presente escrito, citaré la definición que Freud da en el texto Duelo y Melancolía de 1915: “El duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, la patria, la libertad, un ideal, etc.”
Si bien cuando se piensa en la palabra duelo, en general se la relaciona directamente con la pérdida de un ser querido, el concepto de duelo es mucho más abarcativo. Incluye las diferentes pérdidas que atravesamos a lo largo de la vida. Ahora bien, no todas las pérdidas son igualmente significativas. Una persona puede perder diferentes objetos; de hecho, es necesario que sea así, para el crecimiento y el desarrollo psíquico. Por esta razón, podríamos separar a las pérdidas en dos grupos: las que son del orden necesario para el desarrollo de la subjetividad y aquellas que son del orden de lo contingente, en ocasiones inesperadas y que dejan al sujeto en un estado de profunda tristeza y perplejidad.
Las pérdidas del primer grupo son aquellas que, si bien pueden resultar difíciles, apuntan al crecimiento y al desarrollo sano. Ejemplos de estas serían las mudanzas, los cambios de trabajo, o incluso, la modificación del cuerpo de la niñez. Este tipo de pérdidas posibilitan un cambio de posición subjetiva y en general un enriquecimiento del yo.
Las otras pérdidas, especialmente la muerte de un ser amado, implican un trabajo de duelo que, como la palabra lo indica, es muy doloroso de ser atravesado, pero sumamente necesario.
Ante lo expuesto anteriormente, podríamos plantear entonces: ¿Qué es el duelo?
El duelo es un proceso normal y doloroso que tiene como objetivo la elaboración de una pérdida. Se lo supera pasado un tiempo y es necesaria la realización de un trabajo para poder aceptar interna y externamente la nueva realidad. Elaborar el duelo significa ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida, valorar su importancia y soportar el sufrimiento y la frustración que genera su ausencia.
En general, se habla de cuatro etapas a atravesar frente a una situación de duelo, que permitirían llevarlo a cabo de un modo sano. Estas cuatro etapas incluyen la negación, el enojo, la pena, y finalmente, la aceptación. Estas etapas no son cronológicas ni secuenciales en el tiempo.
La primera etapa, que es la de negación, involucra justamente el negar la situación de pérdida. Es la resistencia a aceptarla como una verdad. Esta etapa es más intensa cuando las pérdidas fueron repentinas o inesperadas.
Es común que a esta etapa le siga la del enojo. Consiste en intentar encontrar una explicación a lo ocurrido y desde allí poder disminuir la pena. Se buscan responsables. Se siente enojo hacia la persona que se fue por habernos dejado, hacia la causa de la muerte, hacia Dios. Luego de transitar esta etapa de enojo, en muchos casos aparece la pena y surgen preguntas en relación a si se hizo todo por la persona perdida, si se podría haber hecho más, etc. Estas preguntas en general no ayudan, ya que tienden a producir culpa.
La tercera etapa, es el reencuentro con esa tristeza. Implica tomar contacto con la ausencia del otro. En este momento es importante permitirse el dolor, llorar, exteriorizar la angustia que nos genera la pérdida y pedir ayuda o compañía a personas queridas que, simplemente con su presencia, nos brinden el sostén emocional que se necesita en estos momentos. También es beneficioso en soledad, permitirse que todo el dolor y la angustia se expresen.
Cada persona puede vivirla de maneras diferentes de acuerdo a su necesidad; no hay un modo estipulado para hacerlo, lo único imprescindible es no dejar de atravesarla.
Hay que darle lugar a la angustia siguiendo en paralelo con la vida e intentar continuar avanzando. Es favorable conectarse con aquellas cosas que hacen bien y funcionan como motivadores en medio de tanto dolor. El mantenerse ocupado en alguna actividad (trabajo, estudio, etc.) nos ayuda ya que, al menos por momentos, el dolor no está presente.
La aceptación es la última fase en la que se llega a concientizar que, a pesar de la pérdida, la vida continua; y es posible reintegrarse a ella, recuperando progresivamente las capacidades físicas y mentales alteradas en las etapas anteriores.
El trabajo de duelo ha sido realizado cuando la persona es capaz de retomar su vida emocional ocupándose de si misma y de quienes la rodean. La elaboración no es sinónimo de olvido; por lo tanto, es normal que en determinados momentos o fechas significativas, se revivan sensaciones de dolor nuevamente. Pero es menos intenso y le permiten a la persona rearmarse más rápidamente que al momento de la pérdida.
Por último, no hay un tiempo “normal” para atravesar un duelo dado que cada persona tiene sus tiempos y es importante ser respetuoso con los tiempos del otro. En casos en donde cueste superar el duelo o se produzca un estancamiento en alguna de las primeras etapas, es recomendable buscar ayuda profesional.
Lic. Natalia Mancini
Psicóloga