La dificultad como punto de partida

…Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.

Francisco Luis Bernárdez (soneto)

Algunas culturas tienen sus «cazadores de tormentas». Estos personajes pueden, según la creencia general, evitar que los rayos afecten determinados lugares y preservar así las vidas y efectos materiales de la comunidad. Sin embargo, estos personajes han pasado por la experiencia de ser alcanzados por un rayo y haber sobrevivido, situación que es bastante poco común. Esto les ha permitido descubrir, que poseen el «don» de conducir la energía impresionante de una descarga de esa naturaleza.

Salvando las distancias, en lo cotidiano todos recibimos pequeños o grandes rayos; como pueden ser los duelos, las pérdidas de trabajo, las separaciones, los accidentes o alguna enfermedad. El mundo se viene abajo, parece que todo ha llegado a su límite, y sin embargo, estamos ante la posibilidad de un renacer, de un pasaje, de una resiliencia.

En general, los pasajes son celebrados en todas las culturas modernas con menos espectacularidad, o menores riesgos, que en las culturas ancestrales.

El pasaje a la adolescencia por ejemplo, es una zona iniciática llena de riesgos y complicaciones que convertirán al niño en hombre, a la niña en mujer, cambiando definitivamente su ser social para siempre.

Cada uno de estos momentos de pasaje, como por ejemplo: alguien que se hace adolescente, se gradúa, se hace adulto, tiene hijos, envejece, sus hijos se van de casa para construir su propia vida independiente, entre tantos otros;  están llenos de ansiedades y anticipaciones lógicas, según Jung.

Todos son momentos iniciáticos, pequeños o grandes, que nos van marcando el paso, también iniciático del devenir al que estamos irremediablemente atados: el tiempo.

Subyace aquí un concepto maravillosamente descripto por los abuelos: «Lo que no te mata, te fortalece» y técnicamente llamado «Resiliencia».  Este concepto refiere a la capacidad de un material de soportar presión o esfuerzo sin romperse.

Tal vez, forzando un poco la prehistoria del concepto, podemos sostener que es algo parecido a lo que el cristianismo llamó desde siempre «templanza».

Todos en alguna parte de nuestra historia somos esa «Ave fénix» que resurge de sus cenizas.

Machado le dice al Cristo de la cruz que no es su cantar, que prefiere al Cristo que anduvo en la mar (la vida, su devenir es en el español ilustre «la mar»). Sin embargo el Cristo de la resurrección, ha pasado por la iniciación de la cruz y es ese, después de la iniciación, quién funda la cultura que nos abarca en occidente.

Todos, retomando, somos en menor o mayor medida resilientes, fortalecidos por las adversidades, enriquecidos por el devenir de los grandes o pequeños ritos de pasajes a los que nos somete la vida, con o sin nuestro permiso.

Si los procesos terapéuticos ahorran dolor, por decirlo de modo comprensible; es porque permiten transitar estos momentos de pasaje o resignificar aquellos que aún a veces, luego de muchos años, no hemos podido procesar.

En general, no existe en las mitologías un pasaje sin un compañero de ruta. El héroe (pensado en términos mitológicos) siempre encontrará un «otro» con distancia instrumental de la situación crítica, que lo acompañe en el pasaje a la «resiliencia».

Finalmente, en nuestra moderna sociedad, podemos entender las dificultades como limitaciones o puntos de partida. Los procesos terapéuticos, tal vez, tengan un poco de aquellos viejos ritos iniciáticos en la medida que propicien o busquen propiciar el renacer, el pasaje del dolor a la aceptación, la resiliencia.

 

Lic. Verónica Bacardo

Psicóloga

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