La angustia es algo inevitable en nuestro paso por esta vida. Puede llegar a nosotros debido a problemas concretos, temores, pérdidas, carencias o soledad. Sin duda, hay sobrados motivos y circunstancias que traen dolor a nuestras vidas.
Pero también hay otra clase de angustia, de la cual cada vez se habla menos, o directamente no se habla.
Me refiero a la angustia existencial. Esa que hace que nos preguntemos por el significado de la vida, y de nuestra vida. Que nos hace pensar si nuestro diario vivir tiene un propósito, o sólo entretenemos la vida. La que nos hace temer ante lo desconocido, y finalmente, ante la muerte.
Desde que el hombre es hombre ha intentado evadir la angustia, negarla u ocultarla. Pero especialmente, en esta época postmoderna, es un valor supremo sólo vivir el hoy, sin reflexionar. Divertirse y entretenerse todo lo que se pueda, y evitar el dolor a toda costa.
Nos hemos vuelto especialistas en tapar la angustia. La oferta para anestesiarnos del dolor es cada vez más variada. Hoy más que nunca tenemos recursos de sobra para distraernos, y podríamos estar prácticamente todo el día, alejados de la realidad y conectados a algo.
Pero la angustia permanece, y al ocultarla, crece. Pero no sólo crece, sino que además comienza a convertirse en algo indefinido y confuso. Luego, cada vez es más difícil reconocer qué es lo que en realidad nos pasa. Solemos atribuirlo a causas superficiales, y corremos a buscar más cosas para continuar intentando cubrirla y negarla.
Utilizamos lo que nos venga a la mano para evitar sentir. Desde elementos claramente dañinos como las drogas, u otros que se convierten en perjudiciales debido al exceso o a la mala utilización, como internet, el sexo, las redes sociales, los celulares, etc., etc.
La consecuencia de estos continuos intentos de evitación es el empobrecimiento. Dejamos de crecer, de madurar, de aprender. Dejamos de preguntarnos cosas que podrían traer cambios a nuestra vida. El sufrimiento modifica la perspectiva de las cosas, y cambia muchas veces nuestras prioridades.
El libro de Eclesiastés nos presenta a un hombre que se hace estas preguntas. En el capítulo 7:2 nos dice:
“Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello
es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón”
Dios quiere enseñarnos a través del sufrimiento, y la angustia frecuentemente es su mensajera. Lo lamentable es que al huir de ella sólo retrasamos y complicamos el proceso.
En el versículo 14 del mismo capítulo continúa diciendo:
“En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera.
Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle
después de él.”
En el día del mal “considera”. Reflexiona, medita, piensa, examina, siente. En el día del mal no te escondas, no huyas, no intentes evitar el malestar. Con cada intento por dejar de sentir el dolor saturándonos de estímulos, sólo conseguimos aplazarlo. Lo volveremos a encontrar más adelante en el camino, pero amplificado y ramificado.
Debemos aceptar el dolor como algo inherente al hecho de vivir, no nos sorprendamos demasiado cuando llegue. Aprendamos a afrontarlo, a sufrirlo, a llorarlo el tiempo que sea necesario.
Vemos en culturas antiguas, indígenas, o aún en culturas orientales, que se dedicaban largos períodos de tiempo a los duelos. Es decir, que se tomaban un tiempo considerable para sufrir por la pérdida de alguien querido.
Hoy en día, en nuestra cultura occidental, es cada vez menor el tiempo que se le puede dedicar a la elaboración de un duelo. No se puede parar, hay que seguir. Y en ese seguir sin elaborar, aparecen muchos otros problemas internos, que luego no entendemos de donde vienen.
El desafío es transitar la angustia. Elaborarla, sintiéndola y aceptándola como parte insoslayable de la vida.
Es en este camino que aprendemos experiencialmente que Dios está con nosotros, aprendemos a clamar y aprendemos a esperar. Aprendemos que, en algunas ocasiones nos libra de la angustia, en otras nos deja caminar por ella un tiempo, que nos suele parecer interminable. Y también aprendemos que Él siempre se angustia con nosotros.
“En toda angustia de ellos, él fue angustiado” Isaías 63:9
En todo, Jesús nos ha dejado su ejemplo. En su humanidad se atrevió a llorar delante de otros (Juan 11:35). Se atrevió a declarar a sus discípulos que estaba angustiado hasta la muerte y a pedirles su apoyo (Mateo 14:34). En la cruz le ofrecieron vinagre mezclado con hiel para anestesiar su dolor, pero él prefirió estar plenamente conciente y transitar por esa angustia y dolor (Mateo 27:34). Dice Hebreos 5:8 que por ese padecimiento aprendió la obediencia. Es decir que, la vivió plenamente en su experiencia humana.
Transitar la angustia nos transforma y nos fortalece; eludirla o intentar eludirla nos debilita, nos empequeñece, y trae nuevos dolores y dependencias a nuestra vida. Saber pedir y aceptar ayuda también es parte importante del aprendizaje.