Salmos 42:5 ¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.
¿Qué es lo que está haciendo aquí David? Esta hablando con su alma, es decir, con él mismo.
Todos mantenemos un diálogo interno con nosotros mismos, aunque muchas veces, no seamos demasiado conscientes de ello.
Es muy común observar este auto-diálogo en los niños, mientras juegan o realizan alguna actividad; y si bien, muchas veces esto puede provocar preocupación en los padres, es un proceso evolutivo absolutamente normal.
El psicólogo ruso Lev Vigotsky se refiere a esto como “habla privada”, y señala que esta actividad contribuye al progreso del pensamiento y a la auto-regulación de la conducta.
Sin embargo, a partir de los 8 años de edad aproximadamente, este auto-diálogo parece desaparecer. En realidad, lo que sucede es que se internaliza. Por lo tanto, todos nosotros mantenemos continuamente un diálogo interno, que tiene poderosos efectos sobre nuestras emociones y sobre nuestra conducta.
De acuerdo al contenido del mismo, puede tener efectos positivos o negativos. Brevemente describiremos los tipos de auto-diálogos negativos más comunes:
- El auto-compasivo: Se repiten frases como: “todo me pasa a mí”; “mis situaciones son peores o más graves que las de los otros”; “mis tentaciones son más difíciles que las de los demás”; etc. En este tipo de auto-diálogo, se recuerdan intensamente todos los sucesos negativos que han ocurrido, mientras que se ignoran o pasan por alto los que contradigan esta tendencia auto-compasiva.
- El ansioso: Siempre se encuentra hiper vigilante y repitiéndose a sí mismo todos los sucesos negativos y peligrosos que podrían llegar a ocurrir. Este tipo de auto-diálogo, en muchas ocasiones, provoca sensaciones tangibles a nivel corporal, que a su vez, atemorizan más a quien las padece; provocando un espiral de temor que termina en crisis de ansiedad o ataques de pánico.
- El crítico: En este caso, existe una constante repetición de los defectos propios y/o ajenos; lo que provoca una visión totalmente negativa de los demás y/o de uno mismo. Esto genera un sentimiento de culpa o inutilidad que también puede terminar en depresión.
- El perfeccionista: Nunca es suficiente lo que se hace; una frase común que se repite es “debería”. Por ejemplo: “debería haberlo hecho mejor” ; “debería ser como tal o cual persona”, etc.
Dada la importancia del tipo de auto-diálogo que sostengamos, y de lo que puede producir en nosotros; ¿cómo lo podemos manejar?
De manera muy resumida, hay tres pasos que debemos dar:
a) En primer lugar, detectar qué es lo que nos decimos la mayor parte del tiempo. Si prestamos atención podemos hallar un patrón, un tema, que se repite en las cosas que nos decimos, que es el causante de muchas de nuestras fluctuaciones emocionales.
b) En segundo lugar, cuestionarlo. ¿Qué evidencias tenemos de que lo que nos decimos es realmente así? ¿Cómo lo ven los demás? ¿Hay alguna otra posible interpretación?
Lo que nos decimos tiene que ver con nuestra historia, con lo que nos dijeron desde pequeños; pero no representa la verdad absoluta, y no es la única manera de entender las cosas. El propósito de este paso es flexibilizar la estructura de pensamiento.
C) En tercer y último lugar, reemplazar el tipo de diálogo destructivo por uno más sano, más útil y más realista. Aquí la Palabra de Dios es fundamental como base segura y fuente de verdad. Descubrir y hacer propio lo que Dios dice de nosotros resulta crucial.
Estos cambios requieren tiempo y esfuerzo. No es sencillo modificar patrones que se han mantenido y reforzado durante mucho tiempo. La ayuda terapéutica es fundamental en este proceso.
Lic. Marcelo Muñoz.