Laura mira el reloj por segunda vez, desde que el colectivo la dejó a pocas cuadras del consultorio. Es junio, casi lluvioso, casi lejano.
Los idiomas orientales conservan significantes que permiten que algo pueda ser de dos características opuestas al mismo tiempo, sin demasiado conflicto. Agridulce, sube y baja… Son sólo dos ejemplos de los que conservamos nosotros, tan occidentales, tan atravesados por la lógica formal y sin darnos cuenta de este atravesamiento.
Este condicionante, la lógica formal, es como el encuadre de una sesión psicoanalítica; se nota cuando lo transgredimos. El encuadre está allí, instalado, silente, sólo habla cuando es perturbado por algo. El encuadre estaba allí, al igual que esa lógica que heredamos de Aristóteles y que nos ha permitido funcionar como seres cognoscentes, como sujetos de convenciones, como animales racionales ajustados al contrato social; y sólo se hace notar cuando la transgredimos en los olvidos, en los sueños, en las palabras, en el cuerpo.
Laura tiene razón, llegará tarde a su primera sesión. Desconoce las leyes del encuadre y los vericuetos previsibles de la lógica aristotélica. Mucho más desconoce que ese sueño que se repite como un leit motiv, que la despierta al borde del sobresalto casi todas las noches, responde a otros asuntos, a otras lógicas pertenecientes a un lugar donde las cosas pueden ser y no ser al mismo tiempo, donde habita el deseo tan ucrónico, tan utópico, tan «ilógico».
Decidir iniciar el viaje al lugar del disparate, del «sinsentido», ¡es a todas luces un acto de «inconsciencia»! Es justamente eso: -Las terapias son cosas para locos- dijo su madre.
Laura no piensa eso, su madre no tiene razón; y además está ese sueño…
Reynaldo es psicoanalista, ordena su consultorio con cierta ansiedad; verá a Laura por primera vez y el encuadre es «tópico» en el sentido literal. Esconde una revista de golf… Es que hace un año decidió empezar a aprender ese juego tan mental o tan «purificador» de la mente, que lo está apasionando. ¡Encontrar una pasión a los cincuenta años! Eso piensa mientras guarda la revista… Una pasión que le ratifica aquella que le compromete la vida desde hace más de dos décadas: el psicoanálisis. Un poco de recreo, un poco de aire libre y tratar de mejorar, muy de a poco, en un juego que le recarga las pilas, que le da un descansito a las palabras.
El juego, el otro juego, empezará en un rato. Ella tendrá permiso para el disparate, estará habilitada para decir lo primero que «le venga» a la cabeza, como un sueño; y él dejará flotar su atención sobre la narrativa de Laura. Como si dejáramos girar dos discos concéntricos a distintas velocidades, cada uno con una línea visible. En algún momento las líneas coinciden. Allí está la grieta. Allí está el autor de la película recurrente del sueño de Laura, allí la palabra aprisionada, un lenguaje que busca el camino de la libertad.
Faltan unos minutos. Reynaldo piensa automáticamente en un poema de Borges: “La prisión es oscura pero en la grietas Dios acecha…” No era textualmente así… No dice prisión sino «ergástula», allí encerraban a los esclavos… Y ahora un poema de Homero Expósito: «Como es mejor el verso aquel, que no podemos recordar». Piensa: -Mucha ansiedad para una primera entrevista seguramente- mientras se vuelve y se ríe. ¿Dónde está la beatitud del analista que menciona Lacan? Reynaldo se ríe más y piensa en el horario de su propia sesión de esta semana. ¿Va a llevar estos textos a su análisis personal? ¡Quién sabe!
Hace veintipico de años, a Laura la estaban esperando en una sala de parto. No había nacido aún y ya era Laura, y tenía sobre ella una red de palabras, una red de deseos, de expectativas que desconocía. Al igual que desconoce el origen de ese sueño que no la deja soñar… Laura es Laura antes de ser una niña independiente en el mundo, antes de crecer, antes de Reynaldo.
Reynaldo también fue una trama de palabras antes de ser. Ese nombre, tan importante, tan fuera de moda… Mira el reloj por segunda vez.
Los cuerpos se acercan, las palabras se amontonan, las ansiedades se entreveran en un juego de último minuto. Tocar o no tocar el timbre, ¡esa es la cuestión! Es Laura la que sonríe ahora con esa ocurrencia.
Dejamos por hoy Laura. ¿Nos vemos la próxima?
Si, claro. Me siento mejor, gracias.
Ya casi no llueve, es cualquier otro mes, Laura vuelve de una sesión. Los colores son más definidos por la calle del consultorio de Reynaldo, los sueños le van dando tregua, le van permitiendo soñar.
Hace unos días ella leyó una cita de Freud en algún lado: «Amar y trabajar». Casi eso, casi posible, y Dios acecha como dijo Borges.
Continuará, como decían los viejos relatos, pero lo demás es historia clínica, secreto profesional.
Lic. Verónica Bocardo